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Foto del escritorMaría Suberviola

LA HISTORIA DE ANDRÉS



Es verano, medio país está en la operación salida, el asfalto quema y las redes sociales están plagadas de imágenes de vacaciones ideales, de flotadores de unicornios y de puestas de sol en lugares maravillosos.


En cambio, Andrés está en su casa del pueblo. Está de vacaciones, descansando, aprovechando para dormir, pasear, y escuchar música siempre que puede. No obstante, ahí está, encima de una silla, la funda de su clarinete, que no ha olvidado junto a su maleta, puesto que siempre lo lleva consigo.


Andrés está preocupado. Ayer se rompió la clavícula al caer de una hamaca en su jardín. Casi de lo primero que preguntó al doctor fue que cuánto tiempo debería estar inmovilizado. “¡Dos meses!”. Andrés no pensaba en que no podría nadar en la playa, ni siquiera en que no podría valerse del todo por sí mismo durante esos eternos 60 días. Andrés en lo que pensaba era en que no podría tocar, estudiar sus piezas de clarinete. Le enfurecía y a la vez le preocupaba. Le daba miedo perder la técnica adquirida, y a la vez no poder disfrutar de su preciado instrumento. ¿Qué iba a hacer si no podía tocar?


Fueron dos meses largos. Bueno, en realidad no fueron dos meses. Porque en cuanto pudo, a pesar de que más de una persona le había advertido de que las roturas de clavícula han de soldar bien, abrió su funda, montó las piezas, puso la caña, y comenzó a sacar música de su estimado compañero.


No, Andrés no es un músico profesional que debe tocar a diario, que incluso necesita tocar a diario para estar en plena forma musical. Tampoco Andrés es un alumno de conservatorio que debe practicar horas y horas para pasar sus exámenes de septiembre o cumplir con los deberes impuestos por el profesor.


Andrés es un hombre de 68 años, apasionado de la música hasta la médula, que siempre admiró, incluso envidió desde su butaca a los instrumentistas que escuchaba en los conciertos a los que era asiduo. Y un buen día, decidió que nunca es tarde. Nunca es tarde para empezar una nueva ilusión, una nueva experiencia, para armarse de valor y empezar de cero una pasión. Y pasados los 60, comenzó a recibir clases de música y de instrumento, asistiendo a cursos y tocando en audiciones, poniéndose más nervioso que los niños y adolescentes que ocupaban los asientos a su lado. Formando pequeños conjuntos musicales, ilusionándose con cada nueva obra a aprender. Escuchando versiones en su vieja cadena musical y explorando en un desconocido para él YouTube. Superando inseguridades, y haciéndose grande.


Porque Andrés entendió que la música no sólo es para los músicos. Sabe que no será un profesional, No necesita demostrar nada a nadie. Sólo necesita disfrutarla, hacerse partícipe de ella, y la necesita tanto, que dos meses sin su música son una pérdida de tiempo. Y una tortura.


Gracias papá. Eres sensibilidad, pasión y amor. Eres música.

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