Los que me conocéis sabéis que creo que la música es, lo primero de todo, un arte al servicio de las personas. No la veo como algo inalcanzable, ni algo que pocos privilegiados pueden alcanzar.
Es cierto que la carrera de música es dura y sacrificada, lo sé por experiencia propia, y que es una disciplina que requiere mucha constancia, trabajo duro y también talento. Y por supuesto necesitamos profesionales de la música en todos sus ámbitos para poder disfrutar de ella, y aprenderla. Para llegar a ser profesional hace falta estudiar muchísimo.
Pero existe un error muy común y es el de encasillarla en este último parámetro sin tener en cuenta muchísimos más. Es decir, enfocar el estudio de la música a la creación de futuros profesionales. Y no debería ser así.
La música gusta a todas las personas. Es un hecho, es así. La música mueve emociones, despierta el ánimo, nos ayuda a animarnos o nos hace llorar cuando lo necesitamos. La música nos toca a TODOS.
En el colegio, y también en las escuelas de música en las que aprenden niños y niñas de edades entre los 6 y los 12 años aproximadamente, la música es tratada como algo cerebral. Aprender conceptos, conceptos y más conceptos. Muchas veces los niños y niñas no están preparados para algo tan arduo, ya que requiere de muchos campos abstractos, coordinación, oído entre otras muchas cosas.
Y pierden el interés. O se frustran, porque la parte de la música que les presentamos es la más ardua, la del futuro músico.
Y aquí está el error. Todos podemos adquirir de la música vivencias increíbles, pero no todos seremos músicos en un futuro. La música debe ser tratada desde su aspecto emocional, espiritual, vivencial, práctico.
Nos empeñamos en enseñarles instrumentos, les ponemos una flauta entre las manos para que hagan música, cuando nunca les hemos mostrado que ellos ya tienen dos increíbles instrumentos que les acompañarán (y les harán disfrutar) toda la vida: su voz y su cuerpo.
Ponemos obstáculos para este encuentro entre el niño y SU música, su vivencia, su disfrute. El ambiente educativo pocas veces permite la exploración, la búsqueda, la improvisación, el juego, la diversión. Y así se pierde la ilusión. Y con ella, muchas cosas por el camino que podrían beneficiarles de por vida.
Por ello, creo que el aula de música, el aprendizaje musical debería dar un giro de 180 grados. Por supuesto, ya hay profesionales que están intentando hacerlo, pero todos debemos cambiar la perspectiva.
No esperar el concierto, la demostración, como el fin último o muestra de lo que han aprendido, sino esperar su disfrute, su curiosidad, su ansia cada vez mayor por hacer, por sentir, o simplemente por escuchar.
Muchas veces la experiencia musical se trunca porque las expectativas nuestras como adultos son muy diferentes a las que tienen los niños y niñas. Ante esta diferencia, su autoestima musical cae en picado, haciéndose una brecha muchas veces ya insuperable.
¿Qué propongo?
Cambiar la mirada. Eso de entrada. Observar al niño, sus intereses, sus puntos fuertes para potenciarlos, sus puntos débiles para que consiga superarse y evolucionar, pero teniendo en cuenta sus dificultades, así como su edad, su momento vital, su carácter.
Aprender jugando, cantando, haciendo. No necesitan ser expertos en la materia para poder hacer música. Conocer su cuerpo, su voz, saber que tienen infinidad de maravillosas posibilidades a explorar cantando, haciendo ritmos con sus manos, piernas, pies, boca…
Para acercarnos a su momento de desarrollo es muy importante conocerlo, así como ser receptivos, escuchar y observar en todo momento a nuestros alumnos.
Tener un abanico de propuestas interesantes, que además de ser divertidas, tengan objetivos concretos, y dentro de éstos, cada niño pueda alcanzar también sus propias metas.
No tener prisa. Confiar y saber esperar. Dejar investigar, hacer que el error sea una parte más del proceso de aprendizaje, esto es, que el error sea algo positivo que nos lleve a la superación y evolución.
Utilizar la música desde un punto de vista emocional. Puede que no sean músicos nunca (lo más seguro), pero siempre serán personas en contacto con otras personas. Estimular la parte individual de cada alumno, utilizando la música como un vehículo para ayudarles a conocerse a sí mismos, respetarse, quererse y entenderse. De esa forma, lo harán de igual modo con los demás.
Y tener siempre presente que el objetivo número uno de la música es DISFRUTAR.
Con este cambio, la música llegará y permanecerá en las personas toda su vida.
¿Tú también estás por el cambio?