En el mundo del aprendizaje musical se da un hecho que no es común a otras disciplinas (a excepción del teatro y de la danza). El producto final de nuestra práctica se da de cara a otras personas.
El proceso de adquisición de las habilidades musicales es personal y se produce en las escuelas de música y conservatorios, pero sobre todo en casa, entre cuatro paredes, en la soledad de la habitación, el atril, la partitura, el instrumento y tú. Día a día se van aprendiendo conceptos, técnicas, habilidades, etc, que hacen que la interpretación musical vaya siendo cada vez más pulida, más interesante y más musical. Esto requiere de mucho esfuerzo, muchas horas, mucha repetición y mucha constancia. Y también, de mucha soledad.
Pero tras todas estas horas de “exclusión”, llega el “momento de la verdad”. El momento en que te “juegas todo”, el momento en el que un montón de ojos y un montón de orejas que no estaban en tu habitación todos esos meses, ahora están frente a ti, esperando que interpretes aquello a lo que has dedicado poco más o menos que tu vida durante un tiempo.
Y las manos te comienzan a sudar y también a temblar, se te seca la boca, un nudo se te pone en el estómago y todo el placer que sientes al tocar normalmente tu instrumento se esfuma por completo dando paso a una sensación terrible de miedo y de ganas de irte de allí corriendo sin mirar atrás.
Qué pena, ¿no?. Que la experiencia musical se acabe convirtiendo en esto necesita un análisis.
Como sabéis los que seguís este blog y nos seguís en cursos, talleres, actividades, y también por redes sociales, para nosotros el encuentro con la música se produce desde la más tierna infancia, muchas veces desde el vientre materno, y se produce como algo natural, espontáneo, y casi casi algo inevitable. Porque la música atrae a todas las personas, tiene algo que les llama poderosamente la atención, les incita. Se convierte en una experiencia estimulante, divertida, interesante, auténtica, incluso espiritual…
Y ¿por qué, cuando llegamos a cierto nivel musical, esta experiencia puede convertirse casi en una pesadilla?
Os invito a realizar un ejercicio a partir de ahora. Cuando vuestrx hijx, alumnx, amigx, sobrinx, sea quien sea, tenga que tocar en una audición o en un concierto, prohibído decirle:
¿Estás nerviosx?
No te pongas nerviosx
Si te equivocas, no pasa nada
Demuéstrales a todxs cómo tocas
Estas frases las sustituiremos por frases como:
¡Pásalo muy bien en el concierto!
¿Tienes ganas de tocar?
Disfruta explicando la historia de la pieza que vas a tocar
¿Por qué?
Si a un niño le preguntamos si está nervioso, automáticamente entenderá que hay un motivo para estarlo, y lo buscará, y lo hará suyo. Si no, ¿por qué me iban a preguntar a ver si lo estoy?
Si le decimos que si se equivoca no pasa nada, aunque lo hagamos con la mejor de las intenciones, ya estamos poniendo el foco en el error. Debemos de tratar de que sea algo secundario, y para esto, no debemos darle importancia. Los fallos están en la música, y en la vida. Si los queremos normalizar, dejémoslos estar sin más.
Si les pedimos que demuestren a los demás cómo tocan, aunque lo hagamos de mil amores, porque confiamos mucho en ellos y somos conocedores de sus habilidades y sus talentos, les podemos estar cargando una losa muy grande sobre sus hombros. Tener que demostrar no debería ser nunca, en nada, un objetivo.
El objetivo ha de ser compartir, expresar, contar, explicar… De esa forma, se aleja el juicio, la presión y el miedo.
Yo fui una niña que APRENDIÓ a sufrir tocando. Poco a poco entendí que me tenía que poner muy nerviosa, y que si fallaba, se acababa el mundo, hacía un ridículo espantoso y demostraba que no valía para nada, más en concreto, no valía para hacer música.
Esto me hizo pasar muchos más nervios de los que tendría que haber pasado, no disfrutar de una experiencia enriquecedora que captaba casi todo mi tiempo, mi ilusión y mis esfuerzos, y minó mucho mi autoestima musical. Dejé de disfrutar para sufrir. Y la experiencia musical no debe tener sufrimiento.
Ahora echo la vista atrás, y me da pena y rabia al mismo tiempo. Sólo con un cambio de pensamiento, mi camino musical podría haber tenido muchas menos espinas y muchas más alas.
Así que madres, padres, profes… Poned atención a esos pequeños detalles, estad atentos a su manera de enfrentarse a las audiciones y conciertos, y sabed que muchas veces las pequeñas palabras también pueden ayudar mucho o perjudicar otro tanto.
En esta época de representaciones finales, exámenes con tribunales y conciertos, pensad que el trabajo ya está hecho. Y ahí, encima del escenario, sólo nos queda compartir y disfrutar compartiendo.
Nunca disfruté las audiciones de mi escuela de música… Y muchísimo mis conciertos de rock en los bares y las fiestas. ¿Por qué será?? 🙂