Llega un día y va y nuestro hijo y nos dice aquello de “Mamá, quiero ser músico”.
Y tenemos dos opciones; aceptarlo y apoyarle, o echarnos a temblar. La opción de echarnos a temblar sería, digamos, como dar un rodeo largo y con cuestas y muchas piedras para acabar llegando al mismo sitio que con la otra opción.
En mi opinión, cuando un adolescente toma esta decisión, es que lo tiene muy claro.
Cuando era pequeña me encantaba jugar por iniciativa propia con la música; cantaba, escribía canciones, sacaba melodías de oído en el piano de mi hermana… Mis padres pensaron que como me gustaba mucho la música y se me daba bien, sería bueno apuntarme a aprender música de manera oficial. Me llevaron y me trajeron todos los días al conservatorio durante años, me llevaban a conciertos, me animaban con el piano, me compraban discos y mil cosas más relacionadas con la música.
Ellos eran y son grandes melómanos y tener una hija tan involucrada con la música les parecía algo genial. Peeeeeero, llegó el gran día. Yo tenía unos 16 años, estudiaba piano varias horas todos los días y mi gran pasión era la música. Sacaba tiempo para estudiar a diario, estaba muy involucrada en todas las actividades de mi conservatorio, me apuntaba a cursos y seminarios…
Vi muy muy claro (en plena adolescencia tener algo muy muy claro es algo así como un milagro) que quería dedicarme profesionalmente a la música. Quería seguir formándome, seguir tocando, hacer la carrera y no salir nunca de aquel mundo que me hacía sentir bien y que tantas cosas buenas me daba.
“Mamá, papá, quiero dedicarme a la música profesionalmente”.
La cara de mis padres cambió por completo. Por dentro sentían MIEDO, pero por fuera pusieron una barrera. «Música, ¿pero qué más?». «Puedes compaginarlo con la universidad». «Con la música no hay salidas». «La música es un mundo muy difícil en el que es complicado ser alguien». «Hay que ir a la universidad»…
Y claro, no ayudó el hecho de que el entorno escolar les dijera que mejor que fuese a la universidad, ni que cierta persona me dijese que si me dedicaba a la música no iba a contribuir en nada a la sociedad, y menos aún que fuesen a hablar con alguien del equipo directivo del conservatorio y éste les dijese que en la música es muy fácil morirse de hambre, más siendo pianista… (no comments, porque si comment, no paro).
Ellos habían aceptado con gusto mi formación, les parecía positiva, veían con buenos ojos mi implicación, pero… esto ya eran palabras mayores. “Pensábamos que era una afición”.
Fueron unos años muy duros. Pero yo no tenía miedo. Miedo a estudiar mi pasión. Yo no creía que tendría pocas salidas. Sabía que la música era una carrera dura que exigía mucho trabajo y constancia, pero estaba más que dispuesta a ese “sacrificio”, no entendía el miedo y la necesidad de compaginarla con otra carrera más… Yo lo tenía claro.
Hasta que un día después de mucho tiempo mis padres al fin comprendieron que tantos años llevándome a clases, a conciertos, viviendo con la música, no podían acabar en impedirme dedicarme profesionalmente a ella. Sería incongruente.
No les guardo rencor a mis padres, por supuesto, porque ellos querían lo mejor para mí, pero no conociendo el mundillo, gestionaron la diferencia a través del miedo. Eso no hizo el camino fácil, ni eso me daba alas, pero las alas ya eran tan grandes que era imposible cortarlas.
Terminé mi primera carrera con 24 años, ya trabajando en una escuela de música en la que he ejercido casi 10 años. Estudié una segunda carrera musical, he dado conciertos, dado clases, formado parte de agrupaciones, y desde hace poco más de dos años tengo la suerte de liderar mi propio proyecto con actividades y propuestas que me “enamoran el alma”.
He estudiado lo que me ha apasionado, vivo de la música y he probado diferentes facetas de ellas hasta dar con la que me llena y completa.
Sólo espero que compartiendo mi experiencia, pueda ayudar a al menos un adolescente que viva una situación similar en casa. Informaros, confiad, apoyad, sostened. Por supuesto que una carrera musical no es un campo de margaritas. Hay momentos duros, mucha exigencia y mucha competitividad. Pero eso se puede sobrellevar y superar con mucho amor propio y amor por lo que se hace. Y con mucho apoyo.
Por eso os decía, que la opción del miedo, es la opción larga y dolorosa para llegar al mismo sitio. El sitio al que llegué, y al que por fortuna, aquellos que le tenían miedo, llegaron a conocer y a apreciar tanto como yo.
En estos días de confinamiento me planteo todo y me vienen sentimientos de que esto siempre será así, con altibajos y crisis que no puedan estabilizar mi vida y he pensado que ya es hora de vivir mi sueño, de VIVIR. Soy óptica optometrista, carrera que hice en 4 años porque mis padres me obligaron (quise dejarlo en primero pero no convencí). Salí de la carrera y justo ese año, al lado de mi casa en el colegio que estudié, inauguraron una nueva escuela de música para todas las edades y niveles. Cogí mis ahorros y entré a viola, por primera vez en mi vida en el mundo de la música, a la vez que trabajaba en una óptica (solo 6 meses, la crisis la cerró). Con el tiempo incluso una de mis profesoras me prestó su viola, más profesional que la mía.Y en dos años me prepararon y aprobé el examen de grado medio de conservatorio, con la segunda mejor nota. Incluso gané una beca en la escuela en la que empecé porque por lo visto no se me daba mal. Estuve dos años y tuve que abandonarlo por la insistencia de mis padres de que trabajara de lo que estudié. Y no pude seguir porque me trasladé fuera de mi ciudad. Intenté buscar academia, profesor particular y nada, de viola y compatible con mi horrible horario partido, nada. Mi pareja en paro, yo trabajando sin tiempo para mi, la viola fue cogiendo polvo, incluso tuve que devolverla. Han pasado 5 años desde que estudiaba en serio. Me compré un piano eléctrico y ha sido mi única conexión con el estudio de la música. Pero mi pasión es la cuerda frotada. Tengo 33 años recién cumplidos y me estoy planteando, viendo mi futuro laboral por los suelos debido a esta crisis sanitaria y que nunca me he sentido en mi lugar con esta profesión, comprarme una viola y volver a empezar (porque desgraciadamente han pasado 5 años ya) porque es lo que me ilusiona.
Como música que empezó desde adolescente, qué perspectivas le ves a mi decisión? Seré una buena música antes de los 50? Gracias por leerme, espero tu respuesta.
Hola Fátima,
Muchísimas gracias por tu comentario.
Por supuesto, pienso que nunca, NUNCA es tarde para intentar algo. Sobre todo algo que te apasiona. La pasión (al menos en mi caso y desde mi perspectiva), casi siempre debe marcar el camino.
Debes poner en perspectiva qué es lo que quieres exactamente de la música. Si lo que te hace es sentirte bien y lo quieres como un aprendizaje de algo que te gusta, puedes ponerte HOY MISMO. Es cierto que necesitarás un proesor, pero puedes comenzar a desempolvarla en tus ratos libres.
Si lo que quieres es ser profesional de la música, necesitarás poner en valor el tiempo que te va a llevar, el esfuerzo y sacrificio. Y por supuesto, si tu foco lo tienes ahí, lo podrás lograr. Eso sí, es una carrera de fondo y de mucho, muchísimo estudio duro.
Si lees un artículo del blog que se titula «La historia de Andrés», en él te cuenta cómo una persona se puso a estudiar clarinete a los 65 años. Esa persona es mi padre, y a día de hoy, que tiene 71, estudia todos los días varias horas y es su mayor ilusión.
Mucho ánimo, un abrazo fuerte, y cuéntame tus pasos musicales. Estaré encantada de escucharte.
Muchísimas gracias por tus palabras. Voy a leer la historia de Andrés. Seguro que es muy inspiradora. Saludos.