Seguro que alguna vez has visto a un niño con las manos en los oídos en un concierto en la plaza de tu pueblo, o a un bebé llorar asustado con una traca de petardos, o a una niña debajo de la camiseta de su padre durante el espectáculo de fuegos artificiales… Estos signos son claros y evidentes de que a esos pequeños les molesta el ruido.
Pero quizás no hayas reparado tanto en la niña que se pone muy nerviosa cuando está con determinadas personas (y va y resulta que esas personas hablan muy fuerte y/o estridente y/o agudo), o en el niño que no quiere saber nada de salir a la calle los días de feria, o el bebé que al llegar a un evento con mucha gente no quiere más que teta.
Generalmente estas últimas señales nos cuesta más identificarlas, y como estas hay muchas más. Y también muy comúnmente lo que sucede es que lo interpretamos como que al niño o a la niña le da miedo el ruido, es asustadizo, tiene un trauma, es rarito, o quiere llamar la atención haciendo tonterías.
Y lejos de ser así, lo que muchas veces sucede es que esos ruidos no sólo les asustan (puede ser por un trauma, puede ser directamente porque les aturullan o porque sus pequeños oídos y su gran sensibilidad no están preparados para semejante ruido atronador), sino que realmente les llega a molestar mucho.
La sociedad en general se ha vuelto muy ruidosa. Ya cuesta hasta en las bibliotecas guardar silencio. Vamos todos tan deprisa a todos lados que hemos descuidado esa parte de introspección, tranquilidad, serenidad, meditación. Vivimos para afuera, y a veces metemos mucho ruido para no escuchar lo que resuena dentro.
Ciudades cada vez con más tráfico, bocinas, adolescentes que escuchan la música en la calle con altavoces, tiendas y supermercados con el volumen a tope… Por la noche la historia se repite… ¿te has parado a pensar que es prácticamente imposible salir de madrugada y poder tener una conversación con tus amigos? Todos los bares de copas tienen volúmenes altísimos.
Pues las personas más sensibles en cuanto al sentido del oído se refiere (realmente en cuanto a todos los sentidos) son los bebés y los niños. Y sin embargo… nos empeñamos en hablarles a gritos como si estuvieran sordos, ponerles la música a todo trapo, y no hablemos del típico “Cómo están ustedeeeeeeeeeeeeesssss”. No sólo los payasos de la tele lo hacían. En cualquier fiesta o actividad infantil que se precie en la que haya un monitor, está el típico: “más alto, que no os oigoooooooooooo”. Pero, ¿por qué hacerles gritar? ¿Por qué transportarles a un estado de excitación que no es favorable en nada para ellos?
Por experiencia propia, diré que si estás con un niño o un grupo de niños y están hablando alto, y vas y comienzas a susurrarles, su tendencia natural será el hablar suave (para poder escuchar y porque bajando revoluciones nos damos cuenta todos de que estamos mucho mejor así).
¿Qué podemos hacer con estos niños y niñas con alta sensibilidad acústica?
– Lo primero de todo, RESPETARLES.
– Evitar ambientes y situaciones ruidosas en la medida de lo posible; tener cuidado con sus fobias (petardos, multitudes…)
– Si prevemos que vaya a haber alguna situación de este tipo, hablarlo y prevenirles antes
– Ofrecerles alternativas como tapones, cascos, etc.
– JAMÁS decirles que exageran o que ya son mayores para eso. Realmente les molesta y mucho
– NO debemos acostumbrarles al estruendo. Poco a poco y a medida que su oído vaya madurando y a medida que ellos vayan necesitando/queriendo vivir determinadas situaciones. Lo importante es que lo hagan a su ritmo y por motivación propia.
El oído es muy importante, debemos cuidarlo y respetarlo. Cuidarlo es tener cuidado con el volumen de la música en espacios cerrados (el coche, un local, etc), intentar evitar el uso de cascos, y si lo hacemos, que sea poco tiempo y a un volumen aceptable, poner la televisión en un volumen que nos requiera de un pelín de esfuerzo para escuchar, hablar en tono suave…
Y a ti, ¿te molestan los ruidos y los volúmenes altos?