A menudo escuchamos la palabra estimulación en los temas relacionados, sobre todo, con bebés y niños y niñas pequeños. ¿Qué es estimulación? Según la RAE estimular es:
- Hacer que alguien quiera hacer algo o hacerlo en mayor medida
- Poner en funcionamiento un órgano, una actividad o una función, o reactivarlos.
En cualquiera de los dos casos, si analizamos propiamente la descripción, se trata de una acción conductista (espera obtener una reacción X) y extrínseca a la persona. ¿Queremos conseguir esto, de verdad, con nuestros bebés y niños y niñas pequeñas? ¿Queremos esto de la música?
En mi caso y en el caso de Musas y Fusas, no. Nada más alejado de la realidad. Pensamos y sabemos que los niños y niñas pequeños, así como los bebés (a excepción de casos concretos y previamente derivados de profesionales de la salud) no necesitan estímulos externos, ya que ellos y ellas tienen la llave del aprendizaje durante los primeros años de su vida (y siempre). Debemos respetar sus procesos naturales de crecimiento y de maduración, sus tiempos y sus características propias. Debemos ser acompañantes, observadores/as de su proceso, cómplices y un bastón cuando hacemos falta (SÓLO cuando hacemos falta). No un helicóptero.
En su proceso de crecimiento, su evolución, el desarrollo de sus intereses, etapas evolutivas y su afán curioso por naturaleza, son ellos y ellas los que van buscando esos “estímulos” de manera natural, de manera acorde con el momento que están atravesando, sus deseos y sus capacidades.
Es por eso que nosotras no utilizamos la música como una estimulación, sino que utilizamos la música como un recurso para el descubrimiento. Y el descubrimiento no es concreto, no es dirigido, sino que es personal de cada niño y niña, de cada bebé y cada familia que asiste a nuestras sesiones de Música y emociones, o de Jugando y sintiendo con la música.
Porque estimulación y sobreestimulación, para nosotras, tienen una delgada línea que las separa. Y muchas veces se abusa del color, de la rapidez, del volumen, de “más fuerteeeeeeeeeee que no os oigo”, de selecciones musicales poco apropiadas o poco sensibles para nuestro público más menudo.
Y ¿qué podemos hacer y hacemos ante esto? En nuestro caso, creemos firmemente en el tiempo y en el espacio de cada ser. Respetarlo, saber verlo y saber apreciarlo. Tiempos de espera, de escucha y de mirada. Muchas veces se quiere una respuesta inmediata y/o concreta (que dé una palma cuando yo me callo, que toque el tambor justo cuando le ofrezco la baqueta…), y sin embargo cada persona tenemos nuestros tiempos. Debemos perder miedo al silencio y a la espera. Porque cuando conseguimos integrarlas en la práctica y en nuestras sesiones, entonces y sólo entonces es cuando surge la magia.
Uno de los recursos más importantes para huir de la sobreestimulación es la repetición. Dota a las criaturas de confianza y seguridad (pueden prever, sienten el control de saber qué viene después), afianza su memoria, su sentido musical, su concentración…
La pedagogía Waldorf sostiene que la repetición nos devuelve a los ciclos naturales de la vida y de la naturaleza. Al fin y al cabo, eso es lo que somos, y por tanto es lo natural y lo óptimo para el desarrollo en la primera infancia (y en todas las infancias hasta la vejez).
Observación, silencio, respeto, escucha y mirada. Y confianza, mucha confianza en ellas y en ellos y en la música y todo lo que les puede aportar. Porque tal y como dice Stefan Koelsch, “somos criaturas musicales de forma innata, desde lo más profundo de nuestra naturaleza”.