Tras el post de hace dos semanas titulado “Por qué la música clásica tiene fama de aburrida”, esta semana venimos a desmontar ese mito, e intentar mostrar cómo además de no serlo, puede ser muy atractiva para los más pequeños.
Repasaremos a través de diferentes obras clásicas, diversas cualidades que no sólo la hacen apta, amena o lúdica para los niños, sino que, además, beneficiosa.
Vamos allá.
1. El carnaval de los animales, C. Saint-Saens, 1886
Esta pieza fue compuesta como una broma de carnaval, y en ella podemos escuchar a burros, gallinas, leones, y un montón de animales más. Es genial para trabajar la escucha activa, la imaginación, o simplemente pasar un muy divertido rato. Se puede jugar de dos formas: escucharla sin leer qué animal es el que sonará ahora y escribirlo en papelitos. Al final de la obra, ver qué ha puesto cada uno, quién ha acertado, o qué rasgos musicales nos hicieron pensar una u otra cosa. La segunda forma sería leyendo en una primera instancia el animal que va a sonar, y determinar en un papel los rasgos melódicos (tesitura, ritmo, timbre, instrumento…) que escuchamos y que utilizó el compositor para lograrlo.
2. En la gruta del rey de la montaña (Peer Gynt), E. Grieg, 1876 Esta pieza de la suite es muy misteriosa. Si leemos la historia de Peer Gynt, veremos que es una escena con mucha tensión, y así nos lo evoca la música, con su intensidad creciente. Podemos inventar una historia fantástica mientras la escuchamos, y si ya conocemos la verdadera, podemos escenificarla, entre otras muchas posibilidades.
3. El Cascanueces, P.I. Tchaikovsky,1892. Este ballet también tiene mucho jugo. En él podemos encontrar piezas que nos evocan muy diferentes escenas. Podemos inventar historias, representar lo que escuchamos con movimiento libre, o infinidad de cosas más.
4. Overtura de Guillermo Tell, G. Rossini, 1829.
¿Qué niña o niño no ha jugado nunca a galopar su caballo imaginario? ¡Arrrre caballo, yihaaa!
5. Así habló Zaratrustra, R. Strauss, 1896.
Esta música nos evoca a la película 2001 una odisea en el espacio de Stanley Kubrik, pero si nos evadimos de las imágenes asociadas que tenemos los adultos, resulta una obra intensa, profunda, misteriosa e inquietante. ¡Ideal para la noche de Halloween, jugar al escondite o una fiesta de pijamas!
6. Pedro y el Lobo, S. Prokofiev, 1936.
He aquí sin duda una pieza de lo más didáctica. Su representación incluye narrador, lo que clarifica mucho más la historia. Aquí el punto interesante es que cada personaje está asociado a un instrumento y a una melodía, por lo que los pequeños canturrearán la tonadilla de los personajes y cuando la escuchen sabrán en cada momento qué personaje está en escena. Esta pieza es divertida e interesante para trabajar cuando estamos con varios niños, puesto que podemos atribuir a cada uno un personaje, de tal forma que con escucha atenta, representen con movimiento libre la música que escuchan cada vez que oigan su melodía.
7. 2º movimiento del concierto para arpa, flauta y orquesta, W.A. Mozart, 1778.
Se trata de un movimiento encantador, que podemos utilizar cuando los más pequeños se encuentran nerviosos o alterados. Podemos hacer masajes al ritmo de su melodía, así como utilizarla para rebajar el ambiente a última hora de la tarde, para prepararlos para ir a dormir.
8. Ma mére l´oye, M. Ravel, 1910.
Se trata de una colección de pequeñas piezas muy divertidas que evocan juegos infantiles. Jugar a papás y mamás, contar la historia de Pulgarcito, o jugar a correr entre las 4 esquinas… Todo ello plasmado en la música del genial compositor francés.
9. Tres intermezzi, op.117, J. Brahms, 1892.
Son 3 canciones de cuna, que el compositor romántico escribió para el niño que nunca tuvo. Tienen partes atormentadas, pero la vida, incluida la de los más pequeños, a veces también lo es. Podemos mecerlos en nuestros brazos, incluso sacar las tensiones del día mientras nos dejamos llevar por la pasión que derrocha la obra. Aprovechar para plasmar nuestras emociones con una actividad tranquila (por ejemplo, la pintura), y poderlas nombrar, aceptar y validar antes de que acabe el día.
10. Bolero, M. Ravel, 1928.
Comienza con la caja, a todos los niños les gusta hacer percusión con su cuerpo, o con los objetos que encuentran alrededor. Después su hipnotizante melodía va pasando por los diferentes instrumentos de la orquesta. Genial para aprender a distinguir los diferentes timbres que éstos producen.
11. Cuadros de una exposición, M. Mussorgsky, 1874.
Es una serie de piezas que evocan un visitante en un museo. Hay una pieza recurrente, Promenade (paseo), en la que el visitante va andando por los pasillos buscando el siguiente cuadro. Y cada una de las piezas restantes describe una obra pictórica. Es fascinante escuchar la diferencia de carácter entre unos y otros. Esta pieza es fenomenal para que los niños pinten sus propios cuadros mientras escuchan algunas piezas que podamos seleccionarles. Puede ser una magnífica forma de que saquen sus emociones, se puedan expresar libremente a través del arte. También podemos hacerlo nosotros a la vez, y después comparar los cuadros, qué emociones nos ha sacado la pieza a cada uno, y, por último, compararlos con los cuadros reales en los que se basó Mussorgsky.
Como veis, hay cantidad de piezas y de actividades de lo más divertidas y beneficiosas que podemos escuchar con nuestros hijos. Pero lo que no debemos olvidar nunca es que lo más beneficioso, lejos de ser un bien intelectual, es el tiempo que pasamos con nuestros hijos. Esto es lo que llenará sus alforjas para hacerles crecer y echar sus alas a volar.
Las piezas anteriores las podéis encontrar ya en nuestra cuenta de Spotify (@musasyfusas) en una playlist titulada “MyF Música clásica para niños y adultos”
Y tú, ¿escuchas música clásica con tus hijas e hijos? Comparte con nosotros las piezas que más os gustan con el hashtag #lamúsicaclásicatambiénesparaniños y la incluiremos en nuestra playlist de Spotify.